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BAJO EL RADAR CIUDADANO

 




por RICARDO CORTEZ

Ha sido un verano tormentoso para el gobierno municipal encabezado por Rodrigo Ureño. Escándalos, decisiones cuestionables y omisiones notables han puesto a prueba la credibilidad de la administración. Las estructuras de Palacio Municipal se tambalean y, con ellas, la confianza de la ciudadanía.

Lo más grave es que los protagonistas de esta crisis no son funcionarios de bajo perfil, sino miembros de primer nivel. Aquellos que en campaña juraban principios éticos, hoy son señalados por reproducir las mismas prácticas que tanto criticaron. El desencanto no podría ser mayor.

Entre los temas más delicados están el nepotismo, la adquisición de una camioneta de casi medio millón de pesos, el déficit en áreas esenciales, denuncias por acoso, salarios elevados sin justificación laboral y la opacidad en torno al informe de la Feria de Primavera 2025. Todo un catálogo de contradicciones.

Es imposible no advertir la distancia abismal entre el discurso y la realidad. Mientras se insiste en promover la idea de un “gobierno eficiente y honesto”, los hechos apuntan a lo contrario. La narrativa oficial se derrumba frente a los resultados concretos.

El costo político de esta falta de coherencia no es menor. Cada decisión mal ejecutada y cada silencio prolongado se convierten en munición ciudadana contra la administración. El radar social registra, almacena y cuestiona, incluso cuando los funcionarios intentan aparentar normalidad.

Peor aún: no hay estrategia de comunicación ni acción de contención. Nadie ofrece explicaciones claras, nadie toma decisiones firmes, y la administración se hunde en la inercia. ¿Dónde están los asesores? ¿Para qué cobran si no logran atajar la crisis?

El gobierno municipal parece más ocupado en proteger la imagen del alcalde que en resolver los problemas de fondo. Pero la imagen se destruye sola cuando se descuida la transparencia, la austeridad y la rendición de cuentas. Lo simbólico termina siendo más dañino que lo real.

Los funcionarios olvidan que la memoria social es más fuerte de lo que creen. La compra del vehículo oficial, las denuncias internas y el silencio sobre el informe ferial seguirán siendo recordados como ejemplos de incongruencia. Y lo serán hasta que se dé una respuesta contundente.

El alcalde Ureño enfrenta ahora un dilema: rectificar con hechos o continuar con la simulación. La primera opción implica asumir costos inmediatos, pero recuperar confianza; la segunda, prolonga la agonía de una administración que ya perdió parte de su legitimidad.

Porque al final, estimado lector, no se trata de discursos pulcros ni de eventos protocolarios, sino de congruencia y resultados. Y en eso, lamentablemente, el gobierno municipal ha mostrado la peor de sus caras. ¿Será capaz de recomponerse? ¿Usted qué opina?

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